Testimonio dos

Quebrar el cristal

A pesar de contar con un sistema de apoyo amplio, me sentía sola y, sobre todo, incomprendida, quizás, hasta cierto punto, juzgada. Sentía una ansiedad astillada y sofocante, una indiferencia absoluta ante la belleza que este mundo es capaz de ofrecer y que las noches se alargaban y alargaban y alargaban.

Inicié el tratamiento con la convicción de que mi disposición anímica mejoraría, pero no anticipé las nuevas sensaciones que llegarían. El primer día, llegué con un dolor de cabeza intenso. Pero, apenas diez minutos después de que la estimulación comenzó, el dolor se disipó. Al principio, lo atribuí al azar, pero cuando el mismo alivio se repitió los días siguientes, entendí que no era una simple coincidencia.

Cada sesión me ofrecía este respiro.

Aparte de que el malestar señalado disminuyó, durante los primeros días no experimenté grandes cambios en mi ansiedad, tristeza y falta de motivación, pero en el tercer día me invadió una alegría sencilla, cercana a la que se vive en la infancia, cuando las responsabilidades son pocas y el día de juegos con los vecinos aún no ha terminado.

El futuro dejó de parecer una extensión interminable de inquietudes y sentí, por primera vez en mucho tiempo, el impulso de conectar con otras personas.

Posteriormente a las diez sesiones de la estimulación magnética transcraneal, detecté en mí una mayor facilidad de escucha y comprensión a otros, un sentido del humor más abierto, un genuino interés en el bienestar ajeno, noches de sueño plácido e imágenes nocturnas vívidas y verdaderamente gratas, una considerable reducción de síntomas relacionados con el TOC, facilidad de expresión oral y escrita y un regreso a lo que considero que es mi identidad auténtica: por fin “sé dónde termino yo y dónde empieza la enfermedad”.

Por último, ya no bajo del camión con los ojos escurriendo azul, ya no percibo el mundo como sórdido y vacío y reconozco que la indiferencia que veía en los demás era un simple indicio del vidrio empañado de la campana de cristal que me oprimía, misma que se ha quebrado.

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